EL
MITO MESOAMERICANO:
DE
CÓMO FUE LA CREACIÓN
Y
CONSOLIDACIÓN EN
ALGUNAS
CULTURAS
Profa. Ireri Ortiz Silva
Miguel
Alexis López Segurajáuregui
Historia del Arte. Segundo
cuatrimestre
Arte Prehispánico de
México
Mesoamérica.
Huesos de maíz hechos de tiempo y espacio.
“…
El hombre se encontró en el mundo: un inmenso océano rugió inmediatamente en
torno a él. ¡Con qué enormes esfuerzos aprendió a distinguir, a reconocer sus
diversos sentidos, a confiar únicamente en los sentidos que había reconocido!”
Ernst Fischer
Tarde
o temprano, el ser humano de épocas inmemoriales tuvo que poner en tela de
juicio esa primera impresión del mundo que le rodeaba. Los sentidos eran
ventanas del cuerpo al hostil exterior, al universo más allá de la trémula
piel, conveniente abrigo que la sabia naturaleza le había concedido. Pero no
estaba solo; algo en su interior comenzó a moverse como el ciclo de las
estaciones, una sinapsis veloz, incontenible. El deseo de expandir sus
horizontes le llevó a explorar senderos invisibles, alimentados por la
imaginación, cuyos leños fueron la duda y el fuego que encendió los mismos,
tomó diversos nombres: cascada, pájaro, relámpago, jaguar, vendaval, mantarraya
y bajo la luna, de pronto volteó al cielo y sintiendo la tierra húmeda
alrededor de los dedos de sus pies… creyó encontrar a sus hermanos en el
firmamento, ardiendo en brillantes y diminutos puntos lejanos. Habían nacido
los dioses en los extremos del mundo y con ellos, el humano despertó del sueño
de soledad. Observó su reflejo en la superficie de un estanque. Ese primer
acompañante ataviado tras las aguas, incorpóreo y que jamás pernoctaría, llevó
por nombre… Mito.
Todo
fue silencio en los comienzos. Quietud y noche. No existía el otro, ni el ayer
ni el ahora. El vientre del universo permanecía tejido a la nada flotante, alimentando
por un fino tubo a la joven creatura, hecha de las eras. Mujer y hombre a la
par, indivisible, primordial, portando una falda. Dentro de sí, se engendraba
al mismo tiempo una cuenta de jade. Ometéotl sería su divino bautizo,
simbolizando lo invisible de la noche y a la vez, lo impalpable del viento: Yohualli-Ehécatl. Inventor de sí mismo,
que está cerca de todas las cosas y éstas al mismo tiempo, se encuentran cerca
de él: Tloque Nahuaque.
Entonces
nace, a partir del Tonacáyotl, nuestra
carne. Se levanta de la madre tierra liberando sus pulmones en un llanto,
provocando terremotos. Acariciado por la tibia corona del sol padre, logra
incorporarse. Su mente es una vieja pianola cuyas muescas oxidadas han olvidado
los sonidos del habla, único transmisor de la memoria conocida.
Hubo
mundos previos que sucumbieron ante enormes catástrofes, pero la destrucción,
en la psique mesoamericana, no tiene sentido sin la contraparte, el brillo
perdido de la obsidiana, el vecino aro del juego de pelota: la creación.
Nacimiento y muerte. Maldad y Bondad. Sol y luna: Teotihuacán fue para los
antiguos mexicas el “vientre” del día y la noche, el lugar donde todo se formó
alguna vez y que fue abandonado, como toda descendencia debe hacerlo, dejando
el recuerdo dentro de las pirámides y el eco del mismo en la cabellera de las
calzadas.
Joven
aún, el nuevo ser comprende que los recuerdos se borran rápido, como la coa que
horada el camino para la futura semilla de maíz; no conoce pausas ni entiende
del color y olor de la tierra, solo graba en ella un tatuaje que las lluvias
borrarán. Debe haber algo más que pueda sostener el tiempo, como la planta del
maíz sin viento que le abrace.
Impulsados
por la necesidad de plasmar lo vivido, que es contingencia fugaz, el transcurso
de los acontecimientos fue registrado utilizando los mismos calendarios, a
grandes rasgos. Oxomoco y Cipactónal legaron los transcursos del alma, la voz
del destino, a través de cuentas. El tiempo se convirtió en la ventana de la
divinidad que observaba sus frutos preguntarse por el mundo. Quetzalcóatl
retornó de su peligroso viaje al sol y heredó a los humanos la sabiduría del
calendario gemelo respecto del lunar. Itzamná, que conoció la mortalidad aun
siendo hijo del gemelo primordial Hunab ‘Ku y volvió a levantarse sobre las
copas de los árboles, heredó las cuentas del tiempo a su propio pueblo.
Develando
los conocimientos del calendario, la creatura… que se ha convertido en una joven
y hermosa sacerdotisa, observa con devoción y terror que vendrán días aciagos
de abundancia, alegría y celebración. Pero todo es necesaria y creadora
dualidad; acaecerán noches funestas, sequía y jornadas de incertidumbre que
vendrán a asolar cada rincón de la naturaleza y lo edificado por su pueblo, más
allá del enorme disco del horizonte.
Esta
noción de horizontalidad es en realidad el reino del majestuoso Xiuhtecuhtli,
padre y madre a la vez de todos los dioses, andrógino monarca del gran puente
del horizonte. Su residencia está ubicada en el cruce de los años y el cómputo
de los destinos. Él se viste con las pieles del tiempo y está rodeado por una
singular corte de días y meses, tejidos entre aves y los árboles, columnas que
sostienen su imperio del alba. De la misma forma, los Bacabes cargan el pesado
mundo maya desde los cuatro puntos cardinales, en cuyo centro se levanta
Yaxché, la milenaria ceiba, cuyas ramas se elevan al cielo, depositando las
raíces en el inframundo, evitando que el reino vertical y el horizontal
colisionen.
Su
cultura prospera: ya se han anexado varios pueblos pequeños. Los tributos han
sido generosos y las alianzas apuntan rumbo al certero mañana. Los guerreros
han demandado últimamente más privilegios. Incluso el jaguar ha tenido miedo de
engullir al sol y otro ser, en forma de oscuro disco, ha tomado su lugar antes
del tiempo establecido en las cuentas. Ella, cerca de la vejez y habiendo
logrado el mayor rango entre los sacerdotes, sube las escalinatas del templo a
consultar a los dioses ante el inesperado giro de los acontecimientos… poseída
por el perfume de copal y escuchando a la distancia el estruendo del
tlalpanhuéhuetl llamando a las milicias a cumplir su función cósmica, los
pensamientos de ella se diluyen y los embates de héroes del pasado resuenan por
toda la sala.
Gucumatz
(“serpiente emplumada”), Toltecáyotl (“toltequidad”, “el arte del buen vivir”),
Kukulcán (“pluma y serpiente”). Diversos nombres para un mismo héroe cultural
que conoce todas las artes y los movimientos del calendario… así como las
serpientes cambian de piel con el tiempo, Quetzalcóatl tiene varios nombres que
se van mudando de una región a otra. El poder del dios permea todos los
rincones de Mesoamérica, erigiéndose orgulloso desde Tula, su cuna ancestral.
En los registros consta que cuando el noble 4 Viento Serpiente de Fuego fue a ésta
ciudad a ser embestido como gobernante, el señor 4 Tigre, sumo jerarca y
sacerdote, le colocó una nariguera tras la perforación respectiva, levantándose
frente a su pueblo y exhibiendo orgulloso este nuevo objeto de ornato. Al
pensar en este suceso, el mito cumple otra importante función: la consolidación
de la cultura y, por ende, el establecimiento de ciertas clases en el poder.
Sin embargo, nada dura para siempre.
Recobrando
el sentido, pudo escuchar con claridad los gritos fuera del templo y el crujir
del fuego consumiendo las estructuras de madera. El aire se enturbió. La luz
del sol había vuelto y con ella, la perdición de su pueblo. De pronto, entró en
la sala un guerrero águila, visiblemente herido. Llegó lo inevitable: una
sólida alianza se convirtió en una imperdonable traición. Los señores del sur y el norte vieron con
celos la prosperidad de su cultura, logrando convencer a la región occidental
para sumar sus ejércitos. Una paz prolongada puede ser engañosa. Pensar en ello
ya no importaba: al caer la noche, todo se convertiría en cenizas.
El
fin de las cosas es solo el comienzo. Por última vez, ella se hincó, dirigiendo
a Mictecacíhuatl un amargo canto, en la espera de que su recorrido por el
peligroso Mictlán fuese lo menos doloroso posible. Sintiendo el frío pedernal
entre sus manos manchadas por la edad, respiró y tranquila, dejó su existencia
a las sabias riendas del destino.
En
palabras de Fischer:
“… Esta vez siento instintivamente que
hay una enorme cantidad de cosas que cambian y que todo va a cambiar; vivimos
en el último cuarto de un siglo que terminará otra vez con una formidable
revolución. Pero incluso suponiendo que al final de nuestra vida pudiésemos ver
su comienzo, es seguro que no veremos los tiempos mejores de aire puro, toda la
sociedad renovada después de esta
tempestad.”[1]
[1]
FISCHER, Ernst, La necesidad del arte,
trad. J. Solé-Tura, Ed. Ediciones de Bolsillo, Barcelona, 1978, pp. 160-161
Conclusiones
· El mito mesoamericano fue un puente entre el pasado
y el presente, siendo el primero interpretado por éste último a modo de
instrumento para explicar y legitimar el poder de una determinada clase social.
·
La exploración de los orígenes de una cultura
puede hallar un punto de referencia válido desde la perspectiva de los mitos
que le son propios, sabiendo de antemano que antes de una tradición escrita,
existió la oral.
· La idea de un tiempo cíclico y la dualidad
como explicación ontológica tras varios fenómenos naturales, son
características definitorias de las diversas culturas mesoamericanas.
Bibliografía
LEÓN-PORTILLA,
Miguel, “Mitos de los Orígenes en Mesoamérica”, Vol. X, n° 56, pp. 20-27,
Revista de Arqueología Mexicana, México, 2002
FISCHER,
Ernst, La necesidad del arte, trad.
J. Solé-Tura, Ed. Ediciones de Bolsillo, Barcelona, 1978
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