miércoles, 8 de febrero de 2012


EL MITO MESOAMERICANO:
DE CÓMO FUE LA CREACIÓN
Y CONSOLIDACIÓN EN
ALGUNAS CULTURAS


Profa. Ireri Ortiz Silva


Miguel Alexis López Segurajáuregui
Historia del Arte. Segundo cuatrimestre
Arte Prehispánico de México


Mesoamérica. Huesos de maíz hechos de tiempo y espacio.

                   “… El hombre se encontró en el mundo: un inmenso océano rugió inmediatamente en torno a él. ¡Con qué enormes esfuerzos aprendió a distinguir, a reconocer sus diversos sentidos, a confiar únicamente en los sentidos que había reconocido!”
Ernst Fischer

Tarde o temprano, el ser humano de épocas inmemoriales tuvo que poner en tela de juicio esa primera impresión del mundo que le rodeaba. Los sentidos eran ventanas del cuerpo al hostil exterior, al universo más allá de la trémula piel, conveniente abrigo que la sabia naturaleza le había concedido. Pero no estaba solo; algo en su interior comenzó a moverse como el ciclo de las estaciones, una sinapsis veloz, incontenible. El deseo de expandir sus horizontes le llevó a explorar senderos invisibles, alimentados por la imaginación, cuyos leños fueron la duda y el fuego que encendió los mismos, tomó diversos nombres: cascada, pájaro, relámpago, jaguar, vendaval, mantarraya y bajo la luna, de pronto volteó al cielo y sintiendo la tierra húmeda alrededor de los dedos de sus pies… creyó encontrar a sus hermanos en el firmamento, ardiendo en brillantes y diminutos puntos lejanos. Habían nacido los dioses en los extremos del mundo y con ellos, el humano despertó del sueño de soledad. Observó su reflejo en la superficie de un estanque. Ese primer acompañante ataviado tras las aguas, incorpóreo y que jamás pernoctaría, llevó por nombre… Mito.         

Todo fue silencio en los comienzos. Quietud y noche. No existía el otro, ni el ayer ni el ahora. El vientre del universo permanecía tejido a la nada flotante, alimentando por un fino tubo a la joven creatura, hecha de las eras. Mujer y hombre a la par, indivisible, primordial, portando una falda. Dentro de sí, se engendraba al mismo tiempo una cuenta de jade. Ometéotl sería su divino bautizo, simbolizando lo invisible de la noche y a la vez, lo impalpable del viento: Yohualli-Ehécatl. Inventor de sí mismo, que está cerca de todas las cosas y éstas al mismo tiempo, se encuentran cerca de él: Tloque Nahuaque.

Entonces nace, a partir del Tonacáyotl, nuestra carne. Se levanta de la madre tierra liberando sus pulmones en un llanto, provocando terremotos. Acariciado por la tibia corona del sol padre, logra incorporarse. Su mente es una vieja pianola cuyas muescas oxidadas han olvidado los sonidos del habla, único transmisor de la memoria conocida.

Hubo mundos previos que sucumbieron ante enormes catástrofes, pero la destrucción, en la psique mesoamericana, no tiene sentido sin la contraparte, el brillo perdido de la obsidiana, el vecino aro del juego de pelota: la creación. Nacimiento y muerte. Maldad y Bondad. Sol y luna: Teotihuacán fue para los antiguos mexicas el “vientre” del día y la noche, el lugar donde todo se formó alguna vez y que fue abandonado, como toda descendencia debe hacerlo, dejando el recuerdo dentro de las pirámides y el eco del mismo en la cabellera de las calzadas.

Joven aún, el nuevo ser comprende que los recuerdos se borran rápido, como la coa que horada el camino para la futura semilla de maíz; no conoce pausas ni entiende del color y olor de la tierra, solo graba en ella un tatuaje que las lluvias borrarán. Debe haber algo más que pueda sostener el tiempo, como la planta del maíz sin viento que le abrace.  

Impulsados por la necesidad de plasmar lo vivido, que es contingencia fugaz, el transcurso de los acontecimientos fue registrado utilizando los mismos calendarios, a grandes rasgos. Oxomoco y Cipactónal legaron los transcursos del alma, la voz del destino, a través de cuentas. El tiempo se convirtió en la ventana de la divinidad que observaba sus frutos preguntarse por el mundo. Quetzalcóatl retornó de su peligroso viaje al sol y heredó a los humanos la sabiduría del calendario gemelo respecto del lunar. Itzamná, que conoció la mortalidad aun siendo hijo del gemelo primordial Hunab ‘Ku y volvió a levantarse sobre las copas de los árboles, heredó las cuentas del tiempo a su propio pueblo.

Develando los conocimientos del calendario, la creatura… que se ha convertido en una joven y hermosa sacerdotisa, observa con devoción y terror que vendrán días aciagos de abundancia, alegría y celebración. Pero todo es necesaria y creadora dualidad; acaecerán noches funestas, sequía y jornadas de incertidumbre que vendrán a asolar cada rincón de la naturaleza y lo edificado por su pueblo, más allá del enorme disco del horizonte.

Esta noción de horizontalidad es en realidad el reino del majestuoso Xiuhtecuhtli, padre y madre a la vez de todos los dioses, andrógino monarca del gran puente del horizonte. Su residencia está ubicada en el cruce de los años y el cómputo de los destinos. Él se viste con las pieles del tiempo y está rodeado por una singular corte de días y meses, tejidos entre aves y los árboles, columnas que sostienen su imperio del alba. De la misma forma, los Bacabes cargan el pesado mundo maya desde los cuatro puntos cardinales, en cuyo centro se levanta Yaxché, la milenaria ceiba, cuyas ramas se elevan al cielo, depositando las raíces en el inframundo, evitando que el reino vertical y el horizontal colisionen.

Su cultura prospera: ya se han anexado varios pueblos pequeños. Los tributos han sido generosos y las alianzas apuntan rumbo al certero mañana. Los guerreros han demandado últimamente más privilegios. Incluso el jaguar ha tenido miedo de engullir al sol y otro ser, en forma de oscuro disco, ha tomado su lugar antes del tiempo establecido en las cuentas. Ella, cerca de la vejez y habiendo logrado el mayor rango entre los sacerdotes, sube las escalinatas del templo a consultar a los dioses ante el inesperado giro de los acontecimientos… poseída por el perfume de copal y escuchando a la distancia el estruendo del tlalpanhuéhuetl llamando a las milicias a cumplir su función cósmica, los pensamientos de ella se diluyen y los embates de héroes del pasado resuenan por toda la sala.

Gucumatz (“serpiente emplumada”), Toltecáyotl (“toltequidad”, “el arte del buen vivir”), Kukulcán (“pluma y serpiente”). Diversos nombres para un mismo héroe cultural que conoce todas las artes y los movimientos del calendario… así como las serpientes cambian de piel con el tiempo, Quetzalcóatl tiene varios nombres que se van mudando de una región a otra. El poder del dios permea todos los rincones de Mesoamérica, erigiéndose orgulloso desde Tula, su cuna ancestral. En los registros consta que cuando el noble 4 Viento Serpiente de Fuego fue a ésta ciudad a ser embestido como gobernante, el señor 4 Tigre, sumo jerarca y sacerdote, le colocó una nariguera tras la perforación respectiva, levantándose frente a su pueblo y exhibiendo orgulloso este nuevo objeto de ornato. Al pensar en este suceso, el mito cumple otra importante función: la consolidación de la cultura y, por ende, el establecimiento de ciertas clases en el poder. Sin embargo, nada dura para siempre.

Recobrando el sentido, pudo escuchar con claridad los gritos fuera del templo y el crujir del fuego consumiendo las estructuras de madera. El aire se enturbió. La luz del sol había vuelto y con ella, la perdición de su pueblo. De pronto, entró en la sala un guerrero águila, visiblemente herido. Llegó lo inevitable: una sólida alianza se convirtió en una imperdonable traición.  Los señores del sur y el norte vieron con celos la prosperidad de su cultura, logrando convencer a la región occidental para sumar sus ejércitos. Una paz prolongada puede ser engañosa. Pensar en ello ya no importaba: al caer la noche, todo se convertiría en cenizas.

El fin de las cosas es solo el comienzo. Por última vez, ella se hincó, dirigiendo a Mictecacíhuatl un amargo canto, en la espera de que su recorrido por el peligroso Mictlán fuese lo menos doloroso posible. Sintiendo el frío pedernal entre sus manos manchadas por la edad, respiró y tranquila, dejó su existencia a las sabias riendas del destino.

En palabras de Fischer:

“… Esta vez siento instintivamente que hay una enorme cantidad de cosas que cambian y que todo va a cambiar; vivimos en el último cuarto de un siglo que terminará otra vez con una formidable revolución. Pero incluso suponiendo que al final de nuestra vida pudiésemos ver su comienzo, es seguro que no veremos los tiempos mejores de aire puro, toda la sociedad renovada después de esta tempestad.”[1]


[1] FISCHER, Ernst, La necesidad del arte, trad. J. Solé-Tura, Ed. Ediciones de Bolsillo, Barcelona, 1978, pp. 160-161

Conclusiones


·   El mito mesoamericano fue un puente entre el pasado y el presente, siendo el primero interpretado por éste último a modo de instrumento para explicar y legitimar el poder de una determinada clase social.

·     La exploración de los orígenes de una cultura puede hallar un punto de referencia válido desde la perspectiva de los mitos que le son propios, sabiendo de antemano que antes de una tradición escrita, existió la oral.

·     La idea de un tiempo cíclico y la dualidad como explicación ontológica tras varios fenómenos naturales, son características definitorias de las diversas culturas mesoamericanas.


Bibliografía


LEÓN-PORTILLA, Miguel, “Mitos de los Orígenes en Mesoamérica”, Vol. X, n° 56, pp. 20-27, Revista de Arqueología Mexicana, México, 2002

FISCHER, Ernst, La necesidad del arte, trad. J. Solé-Tura, Ed. Ediciones de Bolsillo, Barcelona, 1978


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