domingo, 15 de abril de 2012

LA CUATLICUE, LA MALINCHE Y LA VIRGEN DE GUADALUPE.


Sandra G. Lara Velázquez.

El título tan sugestivo de este texto no se refiere a otra cosa que no sea a la evolución que ha sufrido lacultura mexicana desde la época prehispánica hasta la época actual. Los tres elementos femeninos son de gran importancia al momento de analizar el carácter tan particular de los mexicanos. En algunos casos, aunque parezca superado el choque cultural entre los nativos y los españoles, la verdad es que aún seguimos en “el limbo”, confundidos, viendo al exterior, buscando algo que nos defina, en ocasiones tratamos de romper con nuestras raíces o solemos tener más inclinación hacia una de ellas. Lo cierto es que no hemos logrado un equilibrio, un punto intermedio en donde converjan las dos culturas y nazca una hibridación íntegra que nos permita aceptarnos y dejar de arrastrar tantos siglos de inferioridad, rencor y desconcierto.

            Antes de que algunos frunzan el ceño desaprobando esta postura, cabe mencionar que se trata sencillamente de un punto de vista que generaliza el modo en que actualmente algunos de nosotros percibimos nuestra historia y nuestra cultura.

            Por otra parte, ¿De qué me sirve este análisis en mi formación como futuro historiador del arte? Pues bien, me servirá para entender por qué a muchas de las personas que me rodean no les interesa o desconocen el arte prehispánico, y obviamente para tener en cuenta la importancia de estudiar la historia del hombre a través de las complejas obras artísticas de este periodo. Me estaría contradiciendo al dar mayor prioridad a la cultura nativa, pero no es el caso, es más bien de ponerle un poco más peso a ese lado de la balanza, debido a que en la educación que recibimos desde nuestra infancia se le ha dado más importancia a la historia del viejo continente europeo. Así comienza nuestro problema cultural, cuando falta uno de los elementos esenciales y esto da inicio al rechazo de esa extraña raíz que llevamos en nuestro interior.



LO FEMENINO.

            La mujer es una figura enigmática, incita al hombre y lo repele a le vez. Su físico es inestable debido a sus prominencias, sus curvaturas recuerdan a las montañas de la Tierra. Por su parte, la Tierra es fértil, análoga a la mujer, ella sostiene y mantiene la vida, el hombre al manipularla a su beneficio, desarrolla la agricultura. La agricultura es el evento fundacional de las religiones, sin embargo, la Tierra es una boca, como lo es físicamente una mujer, abierta y penetrable. Paul Westheim lo afrima en Arte antiguo de México…

“La tierra todo lo sostiene, la tierra todo se lo traga, no es bondadosa […] Ella, madre de todo lo creado, determina la duración de ese intermezzo entre dos eternidades que se llama vida, ese breve rato deparado al individuo para caminar en la luz. No existe conjuro que contrarreste su obrar. Sólo hay plazos de gracia que pueden lograrse en ella a fuerza de adoración y sacrificios constantes”.

La anatomía femenina representa la fecundidad pero asimismo la muerte, en la mayoría de las culturas es la imagen de la creación y de la muerte o el principio de la perdición del hombre.

Ella sangra y pare, la mujer es el instrumento del conocimiento, es el símbolo mismo de todo lo creado, el inicio para comprender el nacimiento y la muerte que lleva implícita, es el misterio supremo.

LA CUATLICUE.

A pesar de que para el hombre mesoamericano la creación era producto de fuerzas contrarias, éste logró abstraer ese principio en una de las obras más impresionantes de la cultura azteca, la Cuatlicue (la de la falda de serpientes).

En este análisis, la veremos –si me lo permiten- como la filosofía de las antiguas culturas mesoamericanas hecha escultura. Me atrevo a englobar la diversidad de todos esos pueblos en un mismo elemento por el hecho de haber descendido de una cultura madre y no sufrir alteraciones externas tan radicales como las que provocaron los españoles. Octavio Paz en Los privilegios de la vista II lo define del siguiente modo “Los arquetipos culturales fueron esencialmente los mismos desde los olmecas hasta el derrumbe final”, y el derrumbe final se refiere a la caída del imperio azteca.

            La Cuatlicue Mayor estuvo bajo tierra por largo tiempo, pero afortunadamente, mientras se ejecutaban algunas obras municipales y hacían excavaciones en el suelo de la plaza Mayor de la Ciudad de México, los trabajadores descubrieron el monolito. Se ordenó por el virrey Revillgiigedo que se llevara a la Real y Pontificia Universidad de México como una muestra del arte antiguo americano, sin embargo en el recinto en donde fue colocada, causaba cierta incomodidad y espanto demoniaco, los entonces encargados -por así decirlo- en la intervención de la pieza no estaban preparados para entenderla, y tomando ciertas medidas se le sepultó nuevamente, debido a que temían que los antiguos mexicanos sintieran la convulsión interna por pasado. Fue extraída definitivamente hasta años después de la Independencia, y con cierto bochorno fue ocultada en un pasillo de la Universidad, después arrinconada e incluso puesta tras un biombo, finalmente se colocó en un lugar visible como pieza de interés.

 En este momento nos hemos percatado de los cambios de sensibilidad que hemos sufrido culturalmente hablando a lo largo de cuatrocientos años, (Paz) “la carrera de la Cuatlicue de diosa a demonio, de demonio a monstruo y de monstruo a obra maestra”. Esa negación y rechazo no sólo se refiere a esta pieza en concreto, sino hacia el pasado incomprensible de las culturas mesoamericanas.

Debemos de tomar en cuenta que la Cuatlicue Mayor no fue hecha con el propósito de gustar a sus espectadores ni de exhibirse en un museo como obra de arte, se trata más bien de una configuración de signos numínicos, sin fines propiamente estéticos, el arte mesoamericano es como el arte budista, tiene un fin utilitario y religioso, y todo lo que expresa lo hace enérgicamente, sin medidas. Henry Moore opina respecto a la petrificad de la escultura mexicana “fusión de la materia y el sentido, la piedra dice, es idea; y la idea se vuelve piedra” y la Cuatlicue afirma Paz, es un silogismo. La antigua diosa de la Tierra –y por ende de la vida y de la muerte- ha sido testigo de fenómenos dramáticos de la cultura mexicana, la Conquista y la Independencia, momentos decisivos en que el mestizo rompe con sus raíces y emprende un camino incierto.

LA MALINCHE Y LA CHINGADA.

              Malinalli, Doña María o la Malinche fue una mujer importante en la historia de México, no sólo por haber contribuido en el proceso de conquista, sino también por haberse relacionado íntimamente con dos españoles (Hernán Cortés y Juan Jaramillo), hecho que desaprobaron algunos de sus semejantes.

Bernal Díaz del Castillo en Historia verdadera de la conquista de la Nueva España habla de cómo doña María en su niñez fue señora cacica, sus padres fueron figuras de respeto e importancia en su pueblo (Painala), pero al morir el padre, la madre contrajo matrimonio con otro cacique y tuvieron un hijo. Llegando a un acuerdo, la madre de doña María y su nuevo esposo decidieron dar después de sus días el cacicazgo al hijo, pero para que esto se llevara a cabo, era necesario deshacerse de la niña doña Marina, entonces mientras era de noche, la madre dio a su hija a unos indios de Xicalango y aprovechando la muerte de la niña de una esclava, publicaron que se trataba de la heredera. De este modo fue que los de Xicalango la dieron a los de Tabasco, y los de Tabasco a Cortés.

 Doña Marina contrajo matrimonio con Juan Jaramillo, y se sabe que tuvo un hijo con Hernán Cortés, renunció a sus antiguas creencias y nunca se opuso a los planes de conquista de Cortés –aparentemente-. Desde ese momento doña Marina pasó a ser “la Malinche”, su nombre para la mayoría de los mexicanos tiene una connotación despectiva, de rechazo hacia lo que proviene del exterior.

Retomando la idea de  “lo femenino” anteriormente expuesta, en este caso la mujer no es precisamente el inicio de la vida, sino el principio de la destrucción, de la muerte a manos de los extraños, de los españoles. La mujer –en este caso todas las mujeres violadas- fue el medio para corromper la cultura nativa, al engendrar en sus vientres las semillas de los invasores. Al igual que la tierra y la concepción de los contrarios, el agricultor del Centro de México trabajaba la tierra partiendo de dos principios, por una parte queda lo que se caracteriza por su esencia predominante, caliente, seca, masculina, luminosa, vital y cerrada; en la otra parte se encuentra aquello cuya esencia se inclina hacia lo frío, húmedo, femenino, obscuro, mortal y abierto. Lo cerrado corrompe lo abierto para dar vida, este proceso en la tierra no es violento, sin embargo llevando este principio al cuerpo del hombre y de la mujer puede verse desventajoso, lo cerrado y masculino puede transgredir a lo abierto y femenino en contra de su voluntad. La palabra chingar puede que haya surgido a partir de este suceso tan dramático en la conquista, como lo explica Octavio Paz en El laberinto de la soledad;

“En casi todas partes –de habla española- chingarse es salir burlado, fracasar. Chingar asimismo, se emplea en algunas partes de Sudamérica como sinónimo de molestar, zaherir, burlar […] En México los significados de la palabra son innumerables […] La idea de romper y abrir reaparece en casi todas las expresiones. La voz está teñida de sexualidad, -sin embargo- no es sinónima del acto sexual, se puede poseer a una mujer sin poseerla. Y cuando se alude al acto sexual, la violación o el engaño le prestan un matiz particular. El que chinga jamás lo hace con el consentimiento de la chingada. En suma, chingar es hacer violencia sobre otro. Es un verbo masculino, activo, agresivo y cerrado. El chingón es el macho, el que abre. La chingada, la hembra, la pasividad pura inerme ante el exterior […] La dicotomía entre lo cerrado y lo abierto. El verbo chingar indica el triunfo de lo cerrado, del macho, del fuerte sobre lo abierto”.

            Partiendo de esta breve explicación, el chingón se puede referir al español y la chingada a la mujer violada, a la madre, a la tierra -a la Cuatlicue- y a la Malinche –a la cultura-. No dudaría en que en un principio doña Marina haya sido violada antes de entregarse conscientemente a Cortés, después de todo era una mujer que no tenía nada que perder, sino más bien, mucho que ganar. La Malinche, podría decirse que es el símbolo de la mujer violada, la culpable de la corrupción de una cultura, el acceso de lo externo hacia lo nativo.

            Con el paso del tiempo, la Maliche ha sido relacionada con una de las leyendas más populares de México, “la Llorona”, aunque ésta más bien tiene sus orígenes antes de la venida de los españoles. La Visión de los vencidos de Miguel León-Portilla es un compendio de escritos en náhuatl hechos por los indios, traducidos por Ángel María Garibay, en esta magnífica obra aparecen relatos de los presagios que anunciaron el desastre del final. En el sexto presagio funesto se describe como los indios muchas veces oían a una mujer que lloraba y gritaba por las noches, clamando – ¡Hijitos míos, pues ya tenemos que irnos lejos!, hijitos míos, ¿a dónde os llevaré?-, en este caso no podría tratarse de la Malinche ni de su traición, puesto que esto ocurrió diez años antes de la llegada de Cortés, según los indios se trataba más bien de Cihuacóatl (divinidad azteca que advertía los malos augurios).

LA VIRGEN DE GUADALUPE.

            La devoción religiosa del hombre mesoamericano fue de gran beneficio para los conquistadores, si bien sabemos por el arte, que existía una supresión del ser –como actualmente lo conocemos-, él no era individualmente, más bien era un elemento perteneciente a un todo y su misión era alimentar a los dioses para que el universo siguiera funcionando. Paul Westheim lo describe del siguiente modo;

“En el fondo no existe el ser. Sólo existe el nacer y el morir. El ser es un estado transitorio entre nacimiento y muerte […] La fe es fe colectiva y obligación colectiva, El que quiera sustraerse a esta obligación-cosa inconcebible- no sería un pecador impío, maldito, condenado a las penas del infierno, sino un elemento asocial, nocivo, que pondría en peligro la supervivencia de la comunidad”.

Convenientemente, los españoles supieron aprovechar esta filosofía del mesoamericano, era más fácil dominar a una masa compacta que una dispersa. Y que mejor que adentrarse a ellos por la parte religiosa, su forma de vivir. Los colonizadores supieron utilizar estratégicamente el arte del mismo modo en que ellos lo habían hecho. Y haciendo una introspección colectiva, la conquista no fue externa, sino vino desde adentro, desde la pulpa más sensible de aquellos hombres conmocionados. Todo lo que alguna vez creyeron e incluso los hacía existir, se vino abajo, desde el culto a sus dioses como su concepción de la realidad. Todo el conocimiento que habían adquirido en el transcurso de tantos siglos no era nada, todo era una mentira. Sus templos fueron derrumbados, vieron morir a sus semejantes y peor aún, sepultar y destruir a sus dioses, el proceso fue denigrante. A aquellos hombres nada les quedaba, no tenían pasado ni refugio que los confortara, ahora ¿qué seguía?...

Culturalmente podemos decir que los indios se quedaron huérfanos de padre, la negación de sus deidades masculinas; Huitzilopochtli y Quetzalcóatl principalmente, fue un golpe desalentador para el hombre mesoamericano -por ello su inclinación hacia lo femenino en la posterioridad-.  

Este antecedente permitió que la cultura emergente –hibrida- diera cabida en ese vacío tan profundo a un elemento maternal, de consuelo y sosiego. Sabemos que los españoles de aquella época eran hombres religiosos, adoraban a gran cantidad de santos y de vírgenes. Hernán Cortés era de la Sierra de Extremadura –mejor dicho, la Sierra de Guadalupe España-, lugar en donde se adoraba a esta virgen-, Cortés llevó a la virgen de su tierra hacia la Nueva España y creó un fenómeno tan grande que incluso sigue vivo hasta nuestros días.

El Nican Mopohua que quiere decir “aquí se relata” en náhuatl, es un poema en donde se narra la aparición de la Virgen de Guadalupe a un indio en el cerro del Tepeyac.

En aquel entonces la sociedad de la Nueva España estaba dividida en cuatro estratos jerárquicos, en el más alto se encontraba el español, en el segundo se posicionaba el criollo, en el tercero el mestizo y en el último se encontraba el indio. Ahora la pregunta se versa en ¿por qué no se le apareció a un español, un criollo o a un mestizo? La respuesta no la sé, sin embargo tengo la sospecha de que fue vista por un indio -Juan Diego- por ser uno de los más necesitados de alguna fuerza que lo amparara. Del Nican Mopohua;

“[…] Hijo mío, el más pequeño,

En verdad soy yo

En el todo siempre doncella,

Santa María,

Su madrecita de él, Dios verdadero,

Dador de la vida, Ipalnemohuani,

Inventor de la gente, Teyocoyani

Dueño del cerca y del junto, Tloque Nahuaque […]”

 Quizás sea este el motivo por el cual el mexicano al dirigirse a otros muestre sumisión, un léxico en diminutivo, el lenguaje  refleja muchas veces –al igual que el arte- las huellas de la historia. Ahora no debe extrañarnos la importancia del manierismo en la Nueva España.

Los tres elementos en los cueles me basé para la ejecución de este trabajo, toman un papel crucial en el desarrollo de la cultura mexicana. La sensibilidad que caracterizó a los nativos mesoamericanos prevalece en muchos de nosotros y aún más, en las obras artísticas que se han realizado a lo largo de los últimos siglos. Independientemente de que nos gusten o desagraden, las tres entidades femeninas nos afectan directa e indirectamente, los macro-fenómenos perviven como secuelas en el habla, en el carácter y en las costumbres de las personas con las que nos relacionamos diariamente, y antes de quejarnos de nuestra situación frente a otros puntos de comparación, es más fructífero hacer una introspección cultural, histórica y artística. Al mexicano aún le resuena en su interior un ritmo primitivo, enérgico, creativo y sanguinario, la desventaja de ello es que se opone a este principio, lo niega, le apena, y en muchos casos lo hace externo violentamente.

Samuel Ramos en El perfil del hombre y la cultura en México, define a nuestro país como a un país joven, con trastornos de pubertad, indecisión y sobre todo, carente de una personalidad bien definida, al mexicano en nada le conviene exigirse tanto como un país maduro, con una trayectoria histórica larga, sin embargo tampoco resultaría positivo que se mantenga autocompasivo.   

El transcurso de la historia de México no ha sido buena ni mala, después de todo no debemos olvidar que nada tiene una identidad absoluta, depende más bien de los ojos con que se mire lo ocurrido.

FUENTES:

·        Paz, Octavio, Los privilegios de la vista II, Fondo de Cultura Económica, México, 2006.

·        Wetsheim, Paul, Arte antiguo de México, Biblioteca Erza Serie Mayor, México, 1970.

·        Krickeberg, Walter, Las antiguas culturas mexicanas, Fondo de Cultura Económica, México D.F, 2003.

·          López, Alfredo y López, Leonardo, El pasado indígena, Fondo de Cultura Económica, México D.F, 2007.

·        Paz, Octavio, El laberinto de la soledad, Fondo de Cultura Económica, México D.F, 2008.

·        Bataille, Georges, El erotismo, Fábula Tusquets Editores, México D.F, 2008.

·        León-Portilla, Miguel, Visión de los vencidos, UNAM, México D.F, 2009.

·        Díaz del Castillo Bernal, Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, Grupo Editorial Tomo, México D.F, 2006.
      
·         De la Fuente Beatriz, Para qué la historia del arte prehispánico, Instituto de Investigación Estéticas, UNAM, num 89, 2006.  



  

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