OCHO
VENADO GARRA DE JAGUAR
ANATOMÍA
MESOAMERICANA
Miguel
Alexis López Segurajáuregui
Historia del Arte. Segundo
cuatrimestre
Arte Prehispánico de
México
Profa. Ireri Ortiz
Silva
15 de abril de 2012
“J’ai peur du
sommeil comme on a peur d’un grand trou,
Tout plein de
vague horreur, menant on ne sait oú…”[1]
Charles
Baudelaire
Los
ojos de Ocho Venado
El
iris del tiempo crea y destruye a los hombres. Una voluntad cambiante que
envuelve la forma, desencadenando vida y muerte; sus párpados, la mundanal
canoa que circula por los esteros de la existencia, a través de los años. Expirar
es disgregarse, convertirse en la febril mariposa o flamígero colibrí que porta
el tonalli de vuelta al manto celeste. El ya no estar es un parto nuevo,
nacimiento cíclico, locomoción por los nueve mundos subterráneos, buscando el
cénit al alba, mientras el espíritu del plano inferior se encarama a las raíces
de la planta del maíz, que le sirven de techo y cobijo. Quiebre, cese, acción,
reacción: interminable ritmo, base de la pirámide y lugar donde son anclados
los puntos cardinales en el vientre de peculiar montaña artificial. Una serie
de contracciones… individuales, sociales, religiosas, políticas, artísticas…
con una duración de cincuenta y dos años, desembocan en la Toxiuhmolpilia[2] (“Atadura de nuestros
años”). Entonces, se desechaban los objetos domésticos: un abandono que se
transforma en semilla de renovación y al reformarse, la realidad se convierte
en otra sin dejar de ser la misma. Como un espejo transfigurado sobre el cual
se posa la mano del recuerdo.
La dualidad mesoamericana, tejido complejo y
vasto, tiene su fundamento en el dilatado “aislamiento cultural”, en
comparación con los procesos del Viejo Mundo: citando a Miguel León-Portilla,
“hay culturas que no son originarias, como la griega; el caso mesoamericano es
distinto”. Mesoamérica es una gran y única civilización que se alimenta de
diversos conceptos y sus distintas interpretaciones, maduradas al sol de las
eras por las diferentes culturas que coexistieron en su interior. Los dioses
fueron los mismos, con distinto nombre, y éstos últimos transitaron la
geografía mesoamericana sumando o quitando atributos, pero manteniendo su
esencia intacta; tal vez sea ésta la característica más sorprendente del mundo
prehispánico. Es decir, el cambio paulatino del pensamiento preservando el humus originario, condición que solo
pareció lograrse en el caso americano, incluyendo las culturas andinas.
Dicha permutación no sería correcta (ni
prudente, hablando con justicia histórica) intentar analizarla partiendo de
esquemas europeizantes o de otras latitudes; el proceso mesoamericano posee
entidad propia. Divisiones como la edad de Piedra o Bronce pueden ayudar a
situar algunos elementos en relación al avance cultural del resto del globo,
pero en términos tecnológicos estrictos, Mesoamérica tuvo una evolución particular,
empezando por la ausencia del empleo de la rueda (ciertamente utilizada en
juguetes) y los animales de tiro en las labores agrícolas. Desarrollos
culturales distintos exigen perspectivas de análisis distintas, ya que ¿Sería
correcto utilizar gafas de sol tanto de día, como de noche?
Desde una óptica tradicional de occidente, se
ha pensado que una civilización es prominente basándose exclusivamente en los
avances tecnológicos. Sin embargo, en Mesoamérica podríamos hablar de otra
clase de conquistas, entre ellas la filosófica, la artística y la espiritual,
siendo la tercera un aspecto indisoluble y totalizador en la concepción de la
vida mesoamericana: el cincel y martillo del actor prehispánico, escultor a la
vez de agente… del devenir cósmico.
Siendo estadista, militar y sacerdote, los
ojos de Ocho Venado Garra de Jaguar eran brillantes como las estrellas; gracias
a ellos pudo contemplar como su enorme imperio se enriqueció al anexar los
señoríos de Tilantongo, Teozacualco y Tututepec, convirtiéndose así en el
máximo regente de la cultura mixteca. Gracias a una conveniente alianza con
Cuatro Jaguar, señor de Tollán-Xicocotitlán (ni más ni menos que Ce Ácatl
Topiltzin Quetzalcóatl[3]), Ocho Venado pudo
vanagloriarse de su estatus al ser investido con un besote de turquesa por
parte del emplumado dios. El mito se mezcla con el hecho histórico como las
piezas de jade lo hacen para formar la máscara pectoral del dios murciélago
zapoteco.
Las
extremidades de Ocho Venado
Religión, guerra, comercio y
política: cuatro miembros de ese gran cuerpo cultural mesoamericano. La
expansión de los límites territoriales de un Estado trae consigo el inevitable
conflicto, aunque este puede desembocar en dos caminos. Uno de ellos, poco
usual, era la conquista propiamente dicha: masacre, aniquilación y el silencio
que reina previo a la victoria. La otra posible conclusión, más acorde a Mesoamérica,
operaba en términos de someter y hacer de los conquistados un pueblo
tributario, además de abastecer a los victoriosos con personas para los
sacrificios. La sangre es motor del universo, alimento del sol, albacea de los
guerreros águila y jaguar, presea para el gobernante y sacerdote. Por supuesto,
la conquista material era bien estimada (¿Qué cultura no ha deseado ese
perfumado regaliz en su historia?), aunque la espiritualidad y la propia
ideología que alimentaba la cosmovisión prehispánica, eran los verdaderos
engranajes tras el mecanismo bélico.
El mito de origen se convirtió en
justificación y mascarón de la proa del barco que guiaba a los pueblos
mesoamericanos por las gloriosas aguas, lejos del olvido anclado a la tierra.
Ya en altamar, el hombre se daba cuenta de la forma del mundo. Había entonces
que mantenerlo a flote y, como las distintas velas que ondean por encima de este
imaginario navío… debía perpetuar su transformación, en este caso jugando a
favor del viento. Algo similar ocurría con las guerras floridas: velas por
sangre, barco por dioses y los ritos a modo de viejo y confiable capitán. En
ambos ejemplos, persiste un elemento común: el movimiento. El quinto sol no
miente y reclama el pago de tributos.
Otra forma de guerra, esta vez invisible, la
ocupaba el comercio; además del interés económico derivado del intercambio de
bienes, los señoríos debían su influencia y poder gracias a la información constante
que les proporcionaban espías. Se sabe que existieron centros donde convergían
mercaderes de todos los rincones de Mesoamérica, lo cual sustenta el hecho de
que ciertos materiales y estilos artísticos hayan sido adoptados en puntos
diametralmente opuestos del mapa, por culturas distintas entre si: este aspecto
implica un reto importante para antropólogos e historiadores del arte al
momento de analizar las distintas obras y restos arqueológicos. No existe un
solo “tipo” de Cocijo, Chaac, Huehuetéotl,
juego de pelota, incensario o columnata. El grado de interpretación y
reinterpretación de los símbolos es realmente virtuosa en el caso
mesoamericano.
Ocho Venado Garra de Jaguar poseía brazos
como piedra y ágiles piernas, fruto del consumado entrenamiento militar, aunado
a las penurias que la guerra infiere a los seres humanos, terminando por
fortalecerlos. Ocho Venado tuvo varias esposas (estrategia que ayudó a
consolidar alianzas familiares entre los nobles de otros señoríos) y fue
conocido por ser un gobernante prolífico, además de tener una vida larga:
curiosamente, un ciclo de cincuenta y dos años. Sin embargo, no estuvo exento
de dificultades, ya que uno de sus hermanos, Doce Terremoto Jaguar Sangriento,
señor de Xipe, se casó con una prima que era hija de uno de los señores de
Tilantongo, por lo que Ocho Venado tuvo una intensa rivalidad política que le
impedía hacerse con todos los territorios. Su ambición, a la larga, le costaría
algo más que su reputación.
El
corazón de Ocho Venado
El arte mesoamericano
concibe la forma como concepto. Como gran civilización, dotó de un refinado
nivel intelectual a su lenguaje sensible: incluso en nuestros días analizar e
interpretar a una Coatlicue o un
Tlaltecutli, en armonía con las nociones estéticas tanto del presente
(inseparables, en tanto actores de nuestro tiempo) como del pasado (ambiciosa
meta para el investigador), resulta difícil. El camino puede tornarse más
escabroso aun con la añadidura del carácter prácticamente constante de los
temas religiosos, tomando en cuenta que la influencia de las creencias
espirituales permea a la arquitectura, la pintura, la cerámica y la escultura.
El centro de estas cuatro artes tiene un cariz filosófico que explora elementos
como la dualidad, la naturaleza y el mundo mitológico, además de sus
ramificaciones: Ometéotl es vida y muerte, femenino y masculino, creación y
destrucción, quien engendró a los cuatro Tezcatlipocas; negro, azul
(Huitzilopochtli), blanco (Quetzalcóatl) y rojo (correspondiente a Xipe Totéc).
La seriación se repite observando las cuatro eras pasadas y la quinta, el sol
de movimiento, que es el tiempo presente. Los guerreros águila y jaguar también
representan el número dos: el águila como el sol y el felino como un sol
nocturno… los ejemplos pueden ser cientos.
Es interesante resaltar la noción de
“superestructura que continuamente vuelve al origen para volver a
estructurarse” e incluso “matriz universal de alma fractal que vuelve a
construirse sobre si misma”, lo que podemos observar en la arquitectura (número
de escalones, nichos, cuatro esquinas de las pirámides), escultura (figuras
bicéfalas de Tlatilco, los señores de la muerte “siameses”, calendario solar
mexica), en pintura (frescos teotihuacanos, códices mixtecos, templo de las
inscripciones de Palenque) y cerámica (vasijas trípodes, urnas dobles). La
“dualidad que contiene otras dualidades” tiene una especial resonancia en el
calendario solar de los mexicas, empezando por Tonatiuh (con su lengua visible,
por estar sediento de sangre), rodeado por las cuatro eras pasadas y los puntos
cardinales, a su vez contenidas por los glifos de los días y después, los
alusivos al concepto de meses… cerrando esta maravillosa conceptualización con
sendos Xiuhcóatl.
Este ingenio, observable por todo
Mesoamérica, puede deberse a que tanto la arquitectura, como otras artes, son
un intento de réplica de la naturaleza. Pero van más allá: es la apropiación de
la naturaleza como un crisol donde el lenguaje poético se gesta en formas vivas
in situ. ¿Qué es el juego de pelota,
sino la contienda entre Quetzalcóatl y Tezcatlipoca negro, el sol contra la
noche? ¿Qué son los Bacabs, sino el sostén del cielo, los brazos en los cuatro
puntos? Existe, finalmente, un orden del cual parte la materia conocible y de
ésta, las manifestaciones del mundo sensible.
Los imperios caen por su propio peso. Ya lo
temía dentro de su propio corazón Ocho Venado Garra de Jaguar. Un movimiento en
falso, la flecha equivocada, la palabra contenida, la acción que no era
meditada. Su sobrino, Cuatro Viento, se encontraba dispuesto a vengar la muerte
de su padre Doce Terremoto, que había sido cruelmente aniquilado por Ocho
Venado. Como piezas de ajedrez, Cuatro Viento ganó el favor de los restantes
señoríos mixtecos para derrocar a su confiado tío. Desenlace fatídico: el joven
le hizo prisionero y el valiente Garra de Jaguar fue sacrificado en el año 1115
de nuestra era. Un ciclo llegó a su fin y otro se levantó de las cenizas de la
noche, para convertirse en el sol de amarillas plumas.
BIBLIOGRAFÍA
PAZ,
Octavio, Los privilegios de la vista II,
Cap. I El águila, el jaguar y la virgen. Introducción a la historia del arte de
México, Ed. FCE, 4° reimpresión, México 2006
ESTRADA,
Julio, La música de México, UNAM,
México, 1984
NORTON LEONARD,
Jonathan, América Precolombina, trad.
Eduardo Escalona, Ediciones Culturales Internacionales, México, 1983
BRAVO
GUERREIRA, María Concepción, El mundo precolombino, Ed. Océano,
Barcelona, 2001
MONREAL
Y TEJADA, Luis, Gran Historia del Arte:
África, América y Asia, Vol. X, Ed. Planeta, España, 1998
El texto es muy tuyo Alexis y ha resultado grato leerte a través de este ensayo.
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